Sam Polk dejó Wall Street tras ver que estaba enganchado
al dinero. Hoy combate la obesidad entre los pobres | En febrero del 2010 le
dieron un bono de 3,6 millones, pero él pidió ocho | Polk cree que los
directivos de las corporaciones sólo piensan en ellos
.
Wall Street vs. Silicon Valley
"Trabajé
como un maniaco", afirma el ex bróker Sam Polk sobre sus ocho años de
experiencia en Wall Street antes de dar el portazo en febrero del 2010.
"La adicción a la riqueza afecta a todo Estados Unidos, pero Wall Street
es su mayor expresión. La gente que va a allí no se preocupa de qué hace para
conseguirlo. De lo único de lo que se preocupa es de ser rico. Crees que si no
eres rico no eres nadie, es una cuestión de poder. Por eso eres capaz de
trabajar una locura de horas". Así es responde cuando se le comenta la
noticia que esta semana publicó 'The New York Times'. Lo impensable: grandes
corporaciones como Bank of America, JP Morgan Chase o Goldman Sachs piden a sus
jóvenes analistas que se tomen "al menos" tres días libres al mes. En
Goldman Sachs les recordaron que "esto es un maratón, no un sprint".
Al escepticismo de Sam Polk se han unido otras voces al calificar esta
iniciativa como una jugada de cara a la galería, "small potatoes"
(patatas pequeñas), según la frase hecha. Sin embargo, el 'Times' señala que en
una industria de horarios al límite, este cambio, por pequeño que sea, ya
significa algo. En una primera lectura aparece la preocupación por la salud de
sus empleados. Pero otros lo observan como un intento de Wall Street por ser
más atractivo. Ya no es el único destino para los jóvenes ansiosos de fortuna.
Sillicon Valley también ofrece buenos sueldos y una vida más compensada.
A los 30, tan joven y tan viejo, se levantó de su
despacho, cogió la chaqueta y pegó un portazo.
Era su momento. Sam Polk
dejó atrás una vida de millonario. Ya no quería ser Gordon Gekko, el prototipo
cinematográfico de la codicia financiera.
Eso sucedió en el 2010. Hacía tiempo
que Polk había comprendido que estaba enganchado. ¿Al alcohol o a las
drogas?
No, a la riqueza.
Ese febrero, en su último ejercicio en Wall
Street, le correspondió un bonus o prima de beneficios de 3.6 millones de
dólares. Le pareció poco. "Quiero ocho millones". Sus jefes aceptaron
si se comprometía a estar una buena temporada en la empresa.
De pronto vio la
luz. Cogió los 3,6 millones y se despidió. Así cerró ocho años como bróker
bursátil. Su cura de la avaricia la ha relatado en "Por amor al
dinero", una larga tribuna publicada en The New York Times.
"En los
diarios y en la televisión -explica en conversación telefónica- se reitera que
la gente rica y famosa es la que importa. Creí en esto durante mucho. Incluso
ahora, cuando he huido y ya no me lo creo, todavía me resulta difícil porque es
un mensaje muy enraizado en nuestra cultura. De vez en cuando sufro un ataque
de pánico, ¡oh Dios, no estoy ganando dinero, no tengo poder! Me requiere unos
días vencer esta debilidad y recordar que todo eso del poder y de acumular
dinero es una falsedad".
Hoy, cumplidos los 34, reside en California y
promueve una organización sin ánimo de lucro -Groceryships-, para ayudar a los
pobres en su lucha contra la obesidad y a otra adicción como es la comida
basura.
Regresó a Los Ángeles, el lugar donde creció. Le resulta menos
estresante y, sobre todo, le ha permitido poner tierra de por medio con
Manhattan, donde está la tentación, donde siempre surge la envidia. Por mucho que
ganes, sostiene, siempre hay alguien que gana más y, por tanto, quieres más.
Quieres ser ese otro.
"No sabes cuándo parar. Si eres adicto al dinero,
nunca tienes suficiente", subraya.
Si existe una organización de
alcohólicos anónimos, ¿por qué no una de adictos a la riqueza?, se pregunta. Y
se responde: "Entendemos que cualquier otra adicción es perjudicial. A los
alcohólicos se les acusa, por ejemplo, de causar tragedias en la carretera. A
los drogadictos, de la violencia criminal. Incluso nuevas adicciones, como la
de la comida se ve perversa porque comprendemos que la gente muere de obesidad
o diabetes. En cambio, estar enganchado al dinero no sólo no se ve como algo
malo, sino que lo celebramos. Nuestra sociedad está convencida de que cuanto
más dinero, más feliz eres".
En su volver a empezar le acompañó Kirsten,
la que era su novia en esa etapa final. Lo primero que hicieron al mudarse de
la Gran Manzana fue emprender un viaje de unos meses. Pasaron por Europa,
Londres, París, Barcelona y recalaron en diferentes enclaves de India, país en
el que ella había ejercido de médico.
Se casaron en julio del 2012. En tres
semanas nacerá su hija.
Se levanta a las seis de la mañana. Escribe dos o
tres horas el libro en el que narra su experiencia en Wall Street y sus
visiones de lo que significa triunfar. "El éxito se acostumbra a medir por
el dinero que te pagan y tu reconocimiento. Mi definición ahora es totalmente
diferente, consiste en el carácter y la integridad".
Sólo tenía 22 años
cuando por primera vez pisó el parquet. Le deslumbraron las pantallas, los
ordenadores y las torres de teléfonos que le hicieron pensar en la cabina de un
caza. Supo a que le gustaría dedicar el resto de su vida. O eso pensó entonces.
Porque su destino cambió. En la actualidad, además de escribir, dedica buena
parte de su tiempo a caminar, a dar conferencias en prisiones o a recorrer las
zonas deprimidas del sur de la metrópolis californiana para difundir su
organización. Y disfruta yendo a comer con su esposa.
Ha alcanzado esta meta
deshaciendo camino. Llegó a Nueva York para licenciarse en la Universidad de
Columbia. Antes de regresar a la costa oeste mutado en otra persona, Sam Polk
trazó el arco que va del Credit Suisse First Bank (CSFB), en el que entró
becado en el 2002, a las grandes entidades, hasta darle la espalda a las altas
finanzas.
"No ataco a Wall Street, aún tengo amigos a los que
aprecio", aclara. "Hago una reflexión de la locura que hay allí, que
parte de asumir que el dinero es lo más importante y que cuenta con la máxima
'somos los más inteligentes, trabajamos duro y nos merecemos lo que
ganamos'".
Su confesión pública surge en un momento en el que aflora en
Estados Unidos lo que algunos denominan la nueva izquierda. Forma parte de ese
contexto en el que los progresistas reiteran el uso del término
"oligarquía" para atacar a los multimillonarios, al popularizado 1%,
y señalarlos como unos tipos sin alma que sólo piensan en su fortuna.
De tal
calibre resulta la campaña, que los propios aludidos han empezado a lanzar
réplicas. No son pocos lo que han salido para ofrecerse como mártires de este
"socialismo rampante". Los hay que se han puesto en la piel de los
judíos que sufrieron la noche de los cristales rotos en la Alemania nazi, en
noviembre de 1938.
Lo que unos apuntan como un intento de "marginalizar a
los ricos conservadores política y socialmente" -editorial del The Wall
Street Journal-, otros, como el analista Paul Saffo, matizan que son las clases
privilegiadas las que de una manera más veloz que nunca se están distanciando
del resto de la sociedad. "Existe una tendencia muy preocupante -apostilla
Saffo- en la que estos privilegiados se presentan como víctimas cuando la
realidad es que nunca se había producido una disparidad entre ricos y pobres
tan grande".
Si en algún punto confluyen unos y otros, ese no es otro
que el "toro" del bajo Manhattan. Simboliza el negocio de la bolsa en
el que se curtió Polk.
Reconoce que trepó a esa cumbre de milagro. Pese a
criarse en una familia de ingresos bajos, es más que consciente de la suerte de
ser hombre -en la cultura de Wall Street predomina el macho-, blanco y, por
tanto, de haber podido acceder a una educación de calidad. A su padre, al que
describe como una versión moderna de Willy Loman, el vendedor alumbrado por
Arthur Miller que sueña despierto para capear su frustración, lo señala como la
persona que le inculcó la importancia de ser rico.
Lo que en estos momentos
piensa que es una "enfermedad espiritual", le llevó a cometer trampas
para lograr la beca. Buen estudiante, pero también bebedor, fumador de
marihuana, consumidor de cocaína, Ritalin y éxtasis, sufrió una suspensión en
la Columbia por un robo con fuerza. Lo echaron de una compañía de internet por
pendenciero. Lo omitió de su expediente para solicitar el aprendizaje en el
CSFB. A las tres semanas de empezar, le salió el monstruo que cobijaba. Su
novia de esa época le dejó. Destrozado, acudió a una terapeuta y, aunque estuvo
meses sobrio, el banco no le ofrecieron un puesto fijo.
Regresó a la Columbia,
se graduó y le contrató Bank of America. Su primer bonus subió a 40.000
dólares. Le fichó Citibank, con una oferta de 1,75 a 2 millones anuales, más
premios. Se sintió importante a los 25. Alquiló un estudio de 6.000 dólares al
mes, iba a restaurantes estrellados como Le Bernardin o Per Se, tenía entradas
de segunda fila en los partidos de baloncesto de los Knicks.
Irrumpió la
crisis del 2008, que para él no fue más que una fuente de enriquecimiento. Sin
embargo, en una reunión con sus directivos, en la que repasaban la regulación
de la Casa Blanca sobre bonos, a Sam Polk se le ocurrió defender la
legislación. Le despellejaron. Ese instante marcó la fase definitiva en su
batalla interna. "Los directores generales de las grandes corporaciones
sólo buscan sacar grande rendimientos -afirma-, mientras recortan los salarios
de los empleados. No ven más allá de su propia adicción. En lugar de
preocuparse por sus trabajadores, sólo les importa ganar dinero para su propia
satisfacción. Esos directores generales no deben ser admirados, han de ser
compadecidos".
A ellos les culpa del agujero de la desigualdad cada vez
mayor y promover el conflicto. recuerda a Don Thompson, máximo jefe de la
cadena McDonald's. En el 2012 ingresó 14 millones, ocho como prima de
beneficios. Sus trabajadores siguen saliendo a manifestarse por un sueldo que
les permita sobrevivir. La batalla por el salario mínimo es una fijación del
presidente Obama. En su ausencia, el vicepresidente Biden hizo ayer la
alocución semanal. "No hay razón para que un americano que trabaja 40
horas a la semana viva en la pobreza", proclamó Biden.
Sam Polk mira los
partidos de baloncesto por televisión, en su casa, y no por eso se siente un
desgraciado. Al contrario: "Soy más feliz". Tiene una máxima:
"No puedo cambiar Wall Street, pero me puedo cambiar a mí".
Sus
ahorros le permiten afrontar sus nuevos retos. Pero no descarta que en algún
punto haya de volver al tajo. "No temo quedarme sin dinero. Aunque todo el
mundo siente lo mismo, la lista del miedo la lideran los de Wall Street. Temen
no ganar tanto como ambicionan".
Fuente:La Vanguardia.